sábado, 29 de enero de 2011
Los juarenses exigen justicia y paz, y el presidente Calderón construye parques: donde te puede matar
martes, 25 de enero de 2011
Lo mataron, pero no pudieron con su mensaje: el abogado Sergio Dante Almaraz, cinco años sin él
El abogado Sergio Almaraz Ortiz, de treinta años, está sentado en la misma silla en que lo estaba su padre cuando lo entrevisté por última vez, antes de que lo mataran el 25 de enero de 2006. La primera ocasión en que llegué a este despacho fue tras el asesinato de su compañero de lucha, Mario Escobedo Anaya, con el que defendió a los dos chivos expiatorios acusados del asesinato de las ocho mujeres encontradas en el campo algodonero.
En aquella ocasión Sergio Dante Almaraz Mora, el padre, me comentó: “Cuando la policía mató a Mario, no salí de la casa en tres días. Me llamaron y me dijeron que el próximo era yo. Estoy consciente de que no puedo escaparme de ellos. No voy a llevar un arma y cuando quieran matarme, lo harán” (“Las muertas de la frontera”, El País, España, 13 julio de 2003).
Sergio Dante era el Quijote de Juárez. Lo suficientemente loco y soñador como para seguir defendiendo a su acusado, el conductor Víctor García Uribe, “El Cerillo”. Además, gratis.
Quise regresar a este lugar.
–Se parece a su padre. Al verlo parece que lo estoy viendo a él, pero sin sus bigotes elegantes, discúlpeme.
–Yo quisiera parecerme no sólo en su físico sino en su sencillez, en su don de gente. La muerte de mi padre significa para mí muchas cosas: un acto de heroísmo, y mucha frustración también. Uno se pregunta “por qué mi papá no dejó de decir esto, de hacer aquello”, porque así estaría aquí conmigo.
Pero pedirle que hubiera dejado de hacer algo habría sido como pedirle que renunciara a su propia existencia, cuyas enseñanzas hoy me permiten ser el profesionista que soy. Ayudamos a nuestra comunidad, a gente necesitada. Somos gestores de mucha gente humilde, pero vivimos de esto también. Es nuestra profesión, las armas que él nos dejó para subsistir.
–Trabaja en su misma mesa, al lado del decálogo del abogado que tanto me repitió su padre cuando le pregunté si valía la pena arriesgar la vida por defender a alguien.
–Extrañé mucho este lugar en Estados Unidos. Este lugar es especial, siento la presencia de mi papá. Quince días después de que mataron a mi papá llegaron las amenazas de muerte, que dejáramos de investigar. Nos tuvimos que ir. Fue muy duro sentirse perseguido. Yo estoy orgulloso de ser mexicano. Mis dos hijas son mexicanas. Yo decidí, viviendo en la frontera, que ellas nacieran mexicanas.
–¿Qué hizo en Estados Unidos? ¿Cómo sobrevivían?
–Hicimos paletas y nieves. No me importaba trabajar en el más humilde de los trabajos, pero me sentía infeliz lejos de Ciudad Juárez. Siento un amor enfermizo por esta ciudad. A los seis meses regresamos. El asesinato de mi papá nos hizo redefinir nuestras estrategias. Adquirimos el compromiso de familia, porque somos una familia de abogados, de no atender casos criminales. Y eso se debe a que no tenemos en nuestro sistema municipal ni estatal ni federal la garantía de que se respetará el ejercicio de la profesión.
–Nunca se supo quién mató a su padre.
–Ni se sabrá. Le puedo decir que hoy los funcionarios asignados por la Procuraduría a la investigación del caso de mi papá están muertos, fueron blanco de ataques. Además, la procuradora nunca informó de los detalles de la investigación. El estado tiene la obligación de dar a los ciudadanos la certeza de que quien atente contra la vida tendrá que responder ante la justicia, pero en una ciudad donde hay decenas de muertos cada día... A pesar de la descomposición, de ese temor, nuestra vida tiene que seguir. Seguimos saliendo a llevar a nuestros hijos a la escuela, a trabajar, no a divertirnos. Nos divertimos en casa, no en restaurantes. El estado, por lo pronto, se limita a decir que los ciudadanos de bien no debemos preocuparnos, que la lucha es entre el crimen organizado.
El 6 de enero de este año la historia se repitió. Los abogados Mario Escobedo Salazar, de 59 años, y su hijo, Edgar Escobedo Anaya, de 33, fueron asesinados en su despacho. Su otro hijo, Mario Escobedo Anaya, socio de Sergio Dante Almaraz, ya había sido asesinado por agentes de la desaparecida Policía Judicial del Estado, finalmente exonerados. La familia Escobedo huyó a Estados Unidos. Quedan sólo dos hijos vivos, uno de ellos abogado.
Por otro lado, quien ahora representa a uno de los dos nuevos acusados por los crímenes del campo algodonero, el abogado Abraham Hinojos Rubio, de 35 años, aumentó su protección tras los nuevos asesinatos de sus ex compañeros de despacho y de caso. El licenciado representa a Édgar Álvarez Cruz, que a pesar de haber sido exonerado sigue en la cárcel.
Hinojos trabajó con los Escobedo durante tres años. Casi de inmediato se enfrentó al primer asesinato en el despacho, por el mismo caso que ahora representa, pero defendiendo a otro inocente al que buscan convertir en culpable. Esta vez encontraron al chivo expiatorio en Denver, Colorado; se trata de un inmigrante indocumentado en Estados Unidos. La detención de Álvarez Cruz fue calificada como “un importante avance en la investigación de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez” por el ex embajador de Estados Unidos en México, el tejano Tony Garza, que mantiene una excelente relación con la procuradora de Chihuahua.
–¿Qué ha aprendido en todo este proceso? –pregunto a Hinojos.
–Que el enemigo está en casa. Es el propio gobierno. Son personas que delinquen en corbata, que incluso se atreven a encarcelar los sueños de personas que están a miles de kilómetros, antes de hacer una investigación científica y profunda, siguiendo la ley.
*Este es un extracto de un reportaje que publiqué en mayo de 2009 en la revista mexicana Letras Libres.
lunes, 24 de enero de 2011
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jueves, 20 de enero de 2011
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