viernes, 2 de noviembre de 2012

Recordando a sus asesinados en un camellón (y exigiendo justicia)




Finaliza su turno en la fábrica maquiladora, en la que trabaja cosiendo vestiduras para los carros. Y encuentra a sus tres pequeños correteando en un altar a los muertos: en un camellón -banqueta que divide los dos sentidos del tráfico de la carretera-, que en la colonia Riberas del Bravo Etapa 6 se convierte en el único parque para los niños. Es de arena del desierto y carece de columpios pero hoy está lleno de color: y de recuerdos que piden justicia. Es 2 de noviembre, el día en que México recuerda con altares a sus muertos. En Juaritos, más de 11 mil 130 asesinados desde que comenzó la llamada guerra contra el narcotráfico hace cinco años.

Carolina Sánchez divisa la foto de su esposo en el altar cuando Gael, de 4 años, le recibe con un "quiero pan, mamá". Lo saca de su bolso. Y me dice: "Yo no lo como (en la maquila, donde me lo dan) por dárselo".
Su marido, Arturo Ramos -que fue asesinado a los 36 años de edad, hace un año y ocho meses- está acompañado ahora de un platillo de enchiladas de queso con chile rojo y una botella de Coca-Cola.

"A mi esposo le encantaba la soda, se podía tomar hasta cuatro litros en un ratito, unos vasotes de soda, era lo que más le gustaba".  El era taxista. "Le dieron un balazo en la cabeza y todavía le pasaron un carro en la cabeza. Le destrozaron el rostro".



Carolina estaba en la maquila cuando sus vecinos comenzaron a levantar el altar del Día de los Muertos recordando a los que murieron, algunos de ellos asesinados.

 "Aquí somos muy unidos, yo creo que en esta temporada es lo que nos hace falta a todos, ser muy unidos. En lo que yo andaba reconociendo el cuerpo de mi esposo (cuando lo asesinaron), ellos hicieron todo, se encargaron de juntar el dinero para pagar lo que era del sepelio..."




Comenzó a diseñar el altar: Lourdes Muñoz Galaviz, de 33 años, una ama de casa madre de cinco niños de 16, 13, 11, 6 y 2 años de edad. De pronto, pensó en los cadáveres no identificados y decidió realizar una instalación artística, sin ella saberlo: un altar, una representación de un cementerio junto con otra de una fosa común separadas por un caminito y con cintas de color amarillo.

En la fosa común que creó hay tumbas con cruces de madera que señalan la fecha en la que murieron los que al ser asesinados perdieron hasta su nombre. Y un cartel que pide justicia.

"Pedimos justicia porque a los vecinos que los mataron aquí eran vecinos que sabemos que no andaban en malos pasos, eran gente trabajadora, que se dedicaban a cuidar a su familia, a su hogar. Les arrebataron a sus hijos, a su padre, a las señoras las dejaron solas, sufriendo teniendo que ir a buscar el sustento de sus hijos, y a mí se me hace muy feo porque ellos no tienen la culpa de la inseguridad que se vive en Ciudad Juárez", dice Muñoz.

"Queremos hacer simbólico lo que nosotros sentimos. Los que ya están enterrados pues ya no pueden hacer, murieron inocentes. Es buscar una forma que los gobiernos volteen a vernos, que necesitamos ayuda, que estén al pide del cañón, y que hagan  hagan mérito porque ellos están gobernando porque  muchos los hemos votado esperando que haya resultados...".



Las tumbas que simbolizan un fosa común están separadas de las que se representan en un cementerio "para que se vea qué es un panteón cuando la gente va y le lleva flores a sus muertos. Y a ellos nadie les llora y nadie va".

A otros muertos, como Melissa Delgado -asesinada en diciembre de hace dos años a los 28 años de edad cuando estaba embarazada-, no tiene a un esposo que les llore -está desaparecido- ni a su mamá, que falleció del dolor en el día que se cumplía el primer aniversario del asesinato de su hija. Le queda su niño, de ahora 9 años.  Con un féretro realizado con dos cajas, cubierto de las mariposas que tanto le gustaban, galletas María remojadas con agua y tamalitos, los vecinos la recordaron en la ofrenda a los muertos, esperando que a la noche regrese su espíritu y disfrute de lo que más le gustaba, como señala la tradición prehispánica.

"Es muy duro porque ya no están. Es muy triste ver como cada cosa que le poníamos (en el altar) los vecinos decíamos: "a él le gustaba comer esto", y son cosas que a ellos les gustaban y sólo quedan en el recuerdo y en nuestro corazón que exige saber quién los mató, por qué: justicia".

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