miércoles, 24 de febrero de 2010

La vida de una ciudad en un cementerio, en una imagen















La primera vez le dolió un chingo. Después, poco a poco se fue acostumbrando: a los niños entre las tumbas. Sus clientes ya no son los pequeños juguetones que en el parque se acercaban a él para comprar unos chicharrones, unos churritos.
Los de ahora son chamaquitos serios: en un horizonte de silencio que estalla en dolor cada vez que los asesinados en las calles de Ciudad Juárez van llegando al Panteón San Rafael. Donde él trabaja ahora.

El es Juan Manuel Leyva y tiene 22 años. El hombre que sigue a sus clientes hasta la tumba. Porque ahora nadie se atreve a arriesgar la vida por ir a un parque.
Y tiene el don de matar el hambre de los más pequeños. Los que asisten al entierro de sus seres queridos.

Lo reconoce, es un buen negocio. Quizá uno de los pocos que no se ha visto obligado a emigrar, y que no tendría éxito al otro lado de los tres puentes fronterizos que separan Ciudad Juárez -la ciudad más violenta del mundo- de El Paso, Tejas, la segunda más segura de EE.UU: al mismo ritmo que los juarenses huyen (unos 150 mil en una ciudad de 1 millón 300 mil, desde que comenzó la llamada guerra contra el narco del presidente de México, Felipe Calderón hace casi dos años y los asesinatos se dispararon a más de 4.700).
Porque la muerte, el negocio, está aquí, en el cementerio. Y en cuatro horas Juan Manuel puede ganar unos 500 pesos (35 dólares). Sin tener que pagar una cuota de extorsión, como otros negocios, que ha convertido a Ciudad Juárez en una ciudad de edificios incendiados, en venta y un tercio de las casas abandonadas. En una ciudad militarizada, con retenes constantes.

Le pregunto al joven qué piensa del llamado nuevo plan del presidente Calderón para reconstruir el tejido social de Ciudad Juárez. Y me contesta con una pregunta:

"?Por qué no reconstruyen el tejido gubernamental?", razona el vendedor del cementerio.

En la foto, Juan Manuel, chambeando. En el paraíso de la muerte impune. Los chicharrones están ricos, según el pequeño. Le mataron a su primo. Y antes a su vecino. A su tio. Al hermano de su mejor amigo.


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