Manejando por una de las calles de la ciudad, el historiador Pedro Siller detiene su coche para contarme con pelos y señales un asesinato que vio ahí, en el estacionamiento del concurrido centro comercial Río Grande:
–Cada vez que paso por aquí, busco a la mujer de negro que ese mediodía estaba arrodillada junto al hombre asesinado. Desde entonces, hace casi un año, las cosas han empeorado. Se ha acentuado la banalidad del mal, esa naturalidad con que vemos hoy la violencia cotidiana. Hay que pasar por los lugares y recordar. La desmemoria es nuestro peor enemigo.
Una carretera sin pavimentar (como el cincuenta por ciento de ellas en la ciudad), rodeada de casitas construidas con los desechos de las fábricas maquiladoras, nos lleva a uno de los lugares míticos de la Revolución mexicana. Aquí estuvo la Casa de Adobe, utilizada como comandancia general por el ejército libertador. Ahora sólo quedan ruinas, basura y un busto de Francisco I. Madero que se asoma entre las ramas caídas de un árbol.
Estamos en el triángulo de la franja fronteriza de Ciudad Juárez, donde colindan Chihuahua, Nuevo México y Tejas. El paisaje del desierto es ferozmente bello: sus montañas peladas acarician el azul intenso del cielo. A unos metros, el río Bravo –en México–, el río Grande –en Estados Unidos–, se encarga de establecer la división entre Chihuahua y Tejas.
Pedro Siller me cuenta la historia con tanta emoción que sospecho que de pronto aparecerá galopando Pancho Villa:
–Debemos recordar y celebrar que hubo personas que tuvieron la valentía de soñar y pelear para cambiar las cosas. Ojalá hoy tuviéramos esa valentía. La violencia es parte de la historia de Ciudad Juárez, pero nunca fue tan fuerte como ahora. A principios del siglo pasado, tan violenta era Ciudad Juárez como El Paso. En ambos lugares dominaba una especie de “ley del Oeste”, pero ahora la violencia sólo ocurre del lado mexicano.
Atardece en esta ciudad donde a la gente se le arrebata su dignidad bajo la excusa de la guerra contra el narcotráfico, se le secuestra o se le tirotea bajo el imperio de la impunidad, la indiferencia de las autoridades y la presencia omnipotente del Ejército. Los rojos dan paso a los ocres para convertirse en los naranjas que juegan con la noche. Es hora de rendirse ante un coctel margarita en el mítico bar Kentucky, en el centro de la ciudad.
Poco queda de aquella Juárez de la Segunda Guerra Mundial a la que estrellas como Frank Sinatra, Elizabeth Taylor, John Wayne o Richard Burton venían a divertirse o divorciarse. Donde reinaba un ambiente de fiesta, con música en vivo y casinos abiertos de día y de noche. En el Kentucky, testigo de todo aquello, no hay nadie en una tarde de sábado: ni mexicanos y menos gringos, a pesar de los atractivos precios.
Hago una última pregunta a Pedro Siller:
–¿Cómo vive un historiador como usted la realidad cotidiana de Ciudad Juárez?
–Sin duda, la ves con ojos distintos. Las calles, los edificios, la Casa de Adobe, el edificio de la ex Aduana, el destino trágico de la ciudad... Todo esto es un reto para el historiador, ya que no sólo debe saberlo sino comunicarlo, hacerse entender. Esto es muy difícil cuando todos los demás sólo intentan sobrevivir, un día más, y luego volver a intentarlo el día siguiente.
**** Este es un extracto de un reportaje que publiqué en la edición de mayo de la revista mexicana Letras Libres (http://www.letraslibres.com/index.php?art=13767). Hoy, viernes 20 de noviembre, que se celebra en México el 99 aniversario de la Revolución, pensé en aquel recorrido mágico con Pedro Siller de hace sólo unos meses. En la Ciudad Juárez de antes y en la de ahora. También, en la que conocí hace 12 años. Y en sus pobladores: varios de mis entrevistados han sido asesinados. Otros, han huido. Leí el texto y llamé al maestro Siller como si quisiera encontrar una esperanza. Hoy mataron a 13 personas: seis en el día y siete en la tarde noche.Las gorditas del establecimiento que ven en la foto, El Puerco Loco, guardan el sabor auténtico de Ciudad Juárez. En las paredes de las casas de Juaritos no hay vírgenes de Guadalupe ni el cuadro de la última cena como en otras zonas del país. Hay panchos villas revolucionarios, o zapatas. A veces, moribundos como éste de la foto. Como la realidad cotidiana de Ciudad Juárez.
El de la foto es Zapata. Por lo demás, es fascinante escuchar al Mtro. Siller.
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